En el transcurso de mi vida, he tenido la oportunidad de visitar más de 100 países e innumerables ciudades. Ninguna de ellas me impresionó tanto como Benarés, la ciudad sagrada de los hindúes.

A orillas del río Ganges, esta ciudad se llama oficialmente Varanasi pero en español nos solemos referir a ella como Benarés, y es una de las ciudades más sagradas del mundo, junto con otros lugares de importancia religiosa como La Meca para los musulmanes o Jerusalén para los judíos.

Benarés rebosa historia, ya que hay pruebas de que la ciudad tiene casi 3000 años de antigüedad y durante todo este tiempo ha sido el principal centro de peregrinación para los hindúes del subcontinente indio y otras partes del mundo. Los peregrinos vienen aquí para bañarse en las aguas de río Ganges, el más sagrado de todos, para rezar en los incontables templos de la ciudad dedicados a Shiva y a otras deidades, y también para morir.

La tradición hindú dice que morir en Benarés es una forma de acercarse más al 'nirvana', es decir, a romper el círculo vicioso de reencarnaciones y alcanzar por fin la paz absoluta. Por eso muchos ancianos y enfermos terminales van allí a esperar su muerte cerca del Ganges, en un ambiente de fervor religioso y espiritual. Los crematorios de Benarés están al aire libre al lado del río y en casi cualquier momento se puede observar cómo incineran los cuerpos de los recién fallecidos. Lo que más me sorprendió fue la sobriedad con que las familias despiden a sus seres queridos, ya que no pude ver ni a una sola persona llorando entre la multitud. Esto contrasta mucho con los funerales católicos, en donde la gente se siente muy triste y a veces llora desconsoladamente.

Creo que en Occidente tenemos mucho que aprender de los hindúes sobre cómo afrontar el tema de la muerte y quizás eso fue lo que más me conmovió de Benarés. Además, la ciudad es muy atractiva para los turistas internacionales, ya que hay muchas posadas y restaurantes de buena calidad y a un precio razonable.